Olga Lucía Jordán

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Olga Lucía Jordán es una artista mayor de la fotografía, una poeta de la imagen, una visionaria que capta el mundo, sus formas, la vida íntima de la naturaleza, nuestra biodiversidad, la riqueza arquitectónica y también el mundo del arte colombiano. Ella atrapa con su lente universos aparentemente invisibles y nos los descubre con renovado e inagotable asombro.
 
Cerca de cuarenta libros publicados a lo largo de los últimos cuatro decenios hacen de Olga Lucía Jordán una figura fundamental dentro del actual panorama cultural en Colombia.
La exquisita y singular obra de la artista y fotógrafa colombiana cuenta con un vastísimo portafolio sobre múltiples temas, su vida entera ha estado dedicada a captar cada instante que pasa por su mirada.
Sin embargo, uno de sus mayores aportes ha sido el de haber retratado a más de 350 artistas colombianos de varias generaciones, desde figuras como Fernando Botero, Gónzalo Ariza, Edgar Negret, Alejandro Obregón, Eduardo Ramirez Villamizar, Emma Reyes, Jorge Elías Triana, Beatriz González, Luis Caballero, Nadin Ospina, Carlos Jacanamijoy, por mencionar sólo algunos, hasta los más jóvenes a la fecha de hoy. Por ello es reconocida indiscutiblemente como la fotógrafa de los artistas. Su obra y aporte cultural le han valido textos y artículos elogiosos por parte de escritores y críticos de la talla de Juan Gustavo Cobo Borda, Eduardo Serrano, Ana María Escallón, Óscar Collazos, Juan Manuel Roca, Darío Fernando Patiño, Víctor Guédez, entre otros.
 
En el año 2011, la Galería Mundo en Bogotá le dedicó una exposición retrospectiva y la edición especial de un catálogo (consultable aquí: https://issuu.com/revistamundo/docs/olgaluciajordan).
 
La maestría de su arte es incuestionable, la simplicidad que ha caracterizado su quehacer poético, su manejo de la luz natural, ¡siempre natural!, esos “ires y venires (…) suscitados por algo puro, en el sentido de un despojo de pretensiones, de una serena visión que hay en este trabajo sencillo de Olga Lucía Jordán, y habría que recordar que sencillo (salud, señor Corominas) viene de «síngulos», que quiere decir único.” (Juan Manuel Roca, Magazín Dominical, El Espectador, 1994).
 
Sin embargo, vamos un poco atrás para una reflexión: ¿Qué es una foto? ¿Qué hace una fotografía? ¿Qué hace a un fotógrafo ser un artista? ¿Copiar el mundo, la realidad? ¿Dejar un testimonio, un registro, un documento histórico? Cierto, todo esto. Pero, antes que nada, crear igualmente formas, volúmenes y líneas, dentro de una construcción o composición llamada encuadre.
 
A través de sus imágenes y visión poética, Olga Lucía Jordán renueva cuestionamientos y reflexiones sobre la historia de la representación humana —que desde sus orígenes mágicos en las cavernas prehistóricas (Lascaux y Altamira), pasando por las momias de Egipto y la búsqueda afanosa de vencer el paso inexorable del tiempo, como un problema existencial en relación con la muerte: cómo el hombre busca a través de la imagen del mundo una manera de oponerse a esa fatalidad, una especie de momentáneo triunfo del ser bajo la apariencia de las formas fijas; esa perennidad del arte, o en palabras de André Malraux “la única resistencia posible contra la muerte”.
 
La fotografía como posibilidad real y concreta de atrapar el instante fugitivo, aquél que Goethe en su Fausto anhelaba: “Entonces podría decir al fugaz momento: Detente, pues, ¡eres tan bello!”.
 
La obra de Olga Lucía Jordán nos adentra en múltiples viajes a través de una observación detallada de la naturaleza que nos rodea, de nuestra biodiversidad y riqueza natural; de esta manera es como hemos llegado a ver el agua como una aventura abstracta, o las formas de una flor o las alas de una mariposa como auténticas composiciones, descubriendo en ellas todos los elementos fundamentales del diseño y de la geometría de lo real.
Gracias a su cercanía con el Jardín Botánico del Quindío desde su fundación, Olga Lucía Jordán ha podido registrar con su cámara la variedad única de aves, flores y mariposas de la región, una de las más ricas del planeta en biodiversidad.
 
Al igual que la invención de la fotografía en el siglo XIX liberaba a las artes plásticas de su función imitativa, el ojo de Olga Lucía Jordán no se detiene simplemente en el registro botánico documental, sino que capta la esencia de las cosas: las flores no son flores ni ilustraciones de la riqueza natural de nuestro país, ni narraciones de un fascinante microcosmos, sino que van más allá, creando composiciones abstractas perfectamente construidas con ojo matemático, como espejo de esa composición perfecta de la Creación, esto es: el alma.
No cabe ninguna duda de que el archivo fotográfico de Olga Lucía Jordán es único en su género, pues representa la perfecta simbiosis entre testimonio histórico, documento patrimonial y natural de Colombia y auténtica creación artística.
 
Sus serie de ventanas no son ventanas ni momentos de luz en recintos particulares —con un afuera a veces sugerido, a veces invisible pero muy presente con todo su enigma, a la manera de un Vermeer— sino viajes de líneas con un equilibrio rítmico que las hace musicales; convirtiéndose además, de modo sin duda inocente, en una espléndida metáfora de la propia fotografía, a saber: en el interior, la ventana por donde entra la luz que a través de las líneas y objetos se revela (puesto que nunca vemos la luz directamente desde su fuente, “el sol como la verdad no se pueden ver de frente”) hace de la habitación una cámara, una camera obscura.
 
Olga Lucía Jordán cuenta con más de una docena de libros publicados sobre el Quindío, su cultura y tradiciones (Color y sabor, por los caminos del Quindío 1998), su historia, los paisajes del café (Coffee Landscape 2012), los procesos agrícolas de la región, la biodiversidad (Esplendor en imágenes, Quindío 30 años 1996), el testimonio del terremoto y la reconstrucción (Imágenes que perduran, El renacer del Eje Cafetero, FOREC, 2001; Así es Armenia, 2003; CRQ 40 años, Corporación Autónoma Regional del Quindío 2005).
El aporte de Olga Lucía ha sido fundamental en los proyectos de desarrollo del turismo en el departamento desde los años 90. Ha ilustrado con sus fotografías las publicaciones de la Gobernación del Quindío en numerosas ocasiones. Cabe destacar su participación en Territorio Quindío, patrimonio material e inmaterial; Haciendas del café; con Cordicafé realizó el programa de Agroturismo (100 fincas de la Zona Cafetera).
Su lente acompañó los procesos de recuperación del patrimonio arquitectónico del bahareque en Calarcá (Ruta patrimonial del centro). Imágenes que crean una narrativa de la historia de los municipios contada a través de sus casas y de los relatos que aquellas entrañan desde su fundación.
Paralelamente a su incesante labor retratista, Olga Lucía Jordán ha constituido sin lugar a dudas el más amplio y variado registro fotográfico del Eje Cafetero. En el departamento del Quindío ha ido configurando una sólida estética del
 
Paisaje Cultural Cafetero de Colombia, declarado patrimonio cultural de la humanidad en junio de 2011 por el Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Sobre su serie fotográfica de fachadas coloniales, de casas y fincas cafeteras, el poeta Juan Gustavo Cobo Borda escribió: “Un aire familiar que alcanza a recorrer muchos cuadros de Fernando Botero, fijando los rectángulos rojos de esos patios con banano incluido o el relato de Álvaro Mutis, La mansión de Araucaima, hacienda cafetera con sus habitantes arquetípicos sacudidos por el vendaval del deseo. Porque estas casas, esas puertas ventanas, protegen la intimidad, pero se abren también al vaivén de transeúntes, a las cabalgatas de feria, a las chivas multicolores, a lo que Olga Lucía Jordán ha tornado perdurable en sus fotos ya clásicas de su terruño natal.”

Retratos de artistas, una obra en continuo movimiento

Quizás haya que bucear en su memoria de infancia para rastrear la fascinación de Olga Lucía Jordán por las puestas en escena fotográficas, pues, siendo muy niña, su primer impulso en toda visita que acompañaba a su madre era pedir los álbumes familiares, observar los rostros, los vestuarios y decorados; de allí nacería un deseo de crear una escena para cada retrato, una invención en la que la fantasía y la libertad no tuvieran límites.
El fallecido escritor Óscar Collazos dijo así: “La serie de retratos a artistas es la más original y creativa de sus obras. No se ha limitado a fotografiar importantes aristas en sus estudios, al lado de sus obras, una costumbre respetable pero monótona. Conoce la obra de los artistas y el espacio donde trabajan y, acto seguido, concibe artísticamente la manera de incorporarlos a la foto. Obra y artista no son entidades separadas, Olga Lucía los une en un nuevo cuadro, el que surge de la fotografía.
No se trata de un ejercicio mecánico. Las fotos que surgen de este trabajo, son obras artísticas. No se trata de un artista que duplica su imagen como en un juego de espejos. Se trata de un artista que, incorporado a su obra, se convierte en objeto de otra obra artística: la fotografía.
Su paso por las Bellas Artes no tenía otra intención que la de volver el arte de la fotografía a su verdadera y más alta dimensión creativa”.
 
Olga Lucía Jordán posee un archivo imprescindible e irrepetible, no sólo por el patrimonio artístico de la nación (nadie más que ella ha cumplido tan rigurosamente el seguimiento del mundo del arte y de sus creadores por más de 40 años, habiendo fotografiado la evolución y épocas diferentes de cada artista que ha acompañado con su diálogo cómplice y humano), sino también porque rescata, en un momento crucial de la vida de nuestro planeta, la riqueza natural colombiana, ese patrimonio que hoy más que nunca debemos proteger.
 
Toda una vida dedicada al paciente registro del mundo del arte en Colombia y de sus protagonistas la ha convertido también en una importante gestora cultural, siendo cofundadora del Museo de Arte de Armenia y del Quindío MAQUI, donde se desempeña actualmente como miembro de la junta directiva.
 
En palabras de Juan Gustavo Cobo Borda, la obra de Olga Lucía Jordán es “uno de los más elocuentes testimonios de la vida de las artes plásticas en el país. Al mismo tiempo, y esto merece subrayarse, su criterio es amplio y democrático. No se ha limitado a los consagrados, a los proverbiales «monstruos sagrados», sino que ha cubierto otros nombres, otras propuestas, en muchos casos de provincia, que aquí brindan la sorpresa de sus rasgos y las impensadas características de su trabajo.”
 
Pero más que una retratista virtuosa, Olga Lucía Jordán es una persona trascendental en la construcción de memoria, en la creación del relato de una nación: “Muchos de estos retratos son la clave que nos abre el encubierto mundo de decisivas obras de arte a las cuales no habíamos podido acceder y que constituyen, no hay duda, parte sustancial del rico legado que las artes plásticas colombianas ofrecen a lo largo del siglo XX.”
El paisaje nacional que, con inusual tenacidad y valentía de mujer, Olga Lucía Jordán ha creado desde un íntimo diálogo con sus modelos a lo largo de las últimas cuatro décadas, modelos entre quienes los más altos genios terminan rindiéndose y “posan sin remilgos, sabedores de que no se trata simplemente de imágenes para su ego, sino de testimonios acerca de su producción y de su entorno”, como lo define Eduardo Serrano, quien además añade: “sin duda la más prolífica e imaginativa retratista colombiana de la generación que sigue a la de Hernán Díaz y Abdú Eljaieck, con el aditamento de que ella se especializó en un tipo de retrato que es al tiempo, semblanza de los personajes, comentario sobre su trabajo e investigación de manifiesto interés sociológico. Es decir, Jordán no sólo tiene la intuición para captar a los artistas en el momento en que su rostro, su ademán, su gesto, resultan claramente reveladores de aspectos de su personalidad, sino que sus retratos son de un excepcional valor documental y obedecen al propósito de conformar en su conjunto una obra, un pronunciamiento artístico de valiosas implicaciones históricas. Ellos conforman un perceptivo testimonio de la parte no pública, de la parte íntima de la escena plástica nacional de finales del siglo XX y comienzos del XXI, al tiempo que permiten recrear y comprender buen número de las maneras de producción de los artistas, de sus condiciones de trabajo, de sus predilecciones cotidianas e inclusive de la satisfacción que les producen sus propias obras.”
 
Como quedó claro, el ojo de Olga Lucía es democrático, plural, sin ningún elitismo, da igual que sea Alejandro Obregón o un desconocido artista de provincia o un maestro del arte popular, ella nos muestra el «aura» en cada una de sus imágenes, en cada ser que posa ante su mirada, pues sus modelos “sin duda son conscientes de que estos retratos son parte de un proyecto que entraña una detenida y extensa investigación como es lo propio del arte contemporáneo” (Eduardo Serrano).
Entre un genio reconocido y los artesanos anónimos de las fiestas populares de Galeras, Sucre, protagonistas de uno de sus libros, se crea una realidad: el pertenecer todos a la memoria de este suelo llamado Colombia, el relato de un país que se construye a partir de un diálogo posible entre sus propios creadores.

Retratos a Artistas de Olga